Agustín Esteve y Marqués

(Valencia, 1753 – h.1820)

Obras del autor

XVIII – XIX Español

Agustín Esteve y Marqués procede de una familia de gran tradición artística. Inicia su formación bajo la tutela de su padre, artista especializado en retablos. A partir de 1768 continúa sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.

En 1770 se traslada a Madrid, para proseguir con su formación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Al mismo tiempo, acude como aprendiz al taller de Francisco Bayeu (1734-1795), en el que se familiariza con la pintura de Anton Raphael Mengs (1728-1779), una influencia determinante en su obra, así como la de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), cuyos lienzos copia en el Palacio Real.

Unos años más tarde conoce a Francisco de Goya (1746-1828), que marcará de manera definitiva su trayectoria. Su estilo se vuelve más naturalista y de pincelada más suelta; además, a partir de entonces se establece una colaboración profesional entre ambos, lo que proporciona a Esteve nuevos encargos, en ocasiones copias de retratos del aragonés.

Obtiene un importante éxito entre la nobleza, su clientela habitual, y se convierte en uno de los retratistas más cotizados y solicitados del momento; realiza trabajos para relevantes personalidades de la sociedad madrileña, destacando su relación con la Casa de Osuna. 

El máximo reconocimiento a su carrera le llega en el año 1800, cuando es nombrado pintor de cámara y académico de mérito de la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Sin embargo, con la crisis de principios de siglo y la llegada al poder de Fernando VII (1784-1833), pierde su posición privilegiada en la corte. Su salud comienza a resentirse y en 1819 el rey le concede la jubilación. Esteve vuelve a Valencia, donde permanecerá hasta su muerte. 

A pesar de la calidad de su producción y de la relevancia que alcanzó en su día, se trata de un pintor escasamente estudiado, cuyas mejores obras han sido en muchas ocasiones erróneamente atribuidas a Goya. En los últimos años se ha venido recordando la necesidad de revalorizar su figura e investigar e inventariar su obra. Una labor que inició, a mediados del siglo XX, el historiador Martín S. Soria, que enumeró algunas características propias de sus retratos, destacando el empleo de poses convencionales, el detallismo y la inclusión de elementos en el fondo para dar un efecto escenográfico –rasgos heredados de Mengs−, así como sus inconfundibles rostros de ojos oscuros, penetrantes y melancólicos y sonrisa enigmática.