Roberto Montenegro

(Guadalajara, Jalisco 1885 – Pátzcuaro, 1968)

Obras del autor

XIX-XX Mexicano

El siempre sorprendente Roberto Montenegro fue pintor, dibujante y grabador; diseñó escenografías para teatro, ballet, ópera y cine; escribió poemas, cuentos y una autobiografía (Planos en el tiempo, 1962); y fue funcionario del Instituto Nacional de Bellas Artes y de la Secretaría de Educación Pública.

Paisano de los pintores Dr. Atl (1875-1964) y José Clemente Orozco (1883-1949), entre otros, comenzó su formación artística en el Ateneo Jalisciense de Guadalajara. Su primo, el poeta Amado Nervo, lo recomendó a la Revista Moderna, en la que colaboró como ilustrador antes de partir hacia Ciudad de México. En 1903 se inscribe en la Academia de San Carlos y se codea con Diego Rivera (1886-1957), Saturnino Herrán (1887-1918), Ángel Zárraga (1886-1946), Francisco Goitia (1882-1960) y Jorge Enciso (1879-1969). Tres años después, una beca le permite viajar a Europa, junto con Rivera. En Madrid, ingresa en la  Academia de Bellas Artes de San Fernando y se reencuentra con Nervo, que ocupa un puesto diplomático en la Legación de México.

De Madrid va a París, donde asiste a la École des Beaux-Arts y a la Académie de la Grande-Chaumière. Los artistas de vanguardia bullen en Montparnasse: Pablo Picasso (1881-1973) y Georges Braque (1882-1963) están volcados en los primeros experimentos cubistas; Les Demoiselles d’Avignon provoca un escándalo en 1907; los fauvistas, con Henri Matisse (1869-1954) de cabecilla, presentan sus primeras exposiciones y preconizan “usar los colores como cartuchos de dinamita”, como ordena André Derain (1880-1954). Montenegro se deslumbra ante semejante efervescencia, pero persiste en la fase art nouveau de sus inicios, con voluptuosos retratos femeninos de líneas sinuosas y motivos vegetales y florales que imitan el decadentismo de Aubrey Beardsley (1872-1898).

Un breve pero intenso paréntesis de dos años lo devuelve a México en 1910. En el marco de las fiestas del Centenario de la Independencia es invitado a organizar la primera exposición de arte popular, de cuya revalorización será pionero indiscutible. Montenegro se convertirá en un experto; en los años sucesivos publicará los libros Máscaras mexicanas (1926), Pintura mexicana (1880-1860) en 1933, Museo de Artes Populares (1948), Retablos de México (1950) e impulsará numerosas exposiciones sobre el tema, en México y en Estados Unidos, entre ellas Veinte siglos de arte mexicano, en colaboración con Miguel Covarrubias (1904-1957), comisionada por el MoMA de Nueva York en 1940.

Aunque no acude a la llamada de la Revolución (tampoco lo hizo Rivera), sí responde a la invitación oficial a unirse al proyecto nacionalista: en 1920 realiza los primeros murales en el Colegio de San Pedro y San Pablo, de estilo clásico. Seguirán varios más, en la Secretaría de Educación Pública, la Escuela Nacional de Maestros y la Escuela Benito Juárez.

De nuevo en París, se dedica a la ilustración literaria y participa en dos Salones de Otoño, antes de que la declaración de guerra lo obligue a refugiarse en Mallorca, en compañía de Rivera y su esposa Angelina Beloff (1879-1969); luego va a Barcelona y finalmente a Madrid. Durante las hostilidades pinta retratos costumbristas, escenas de pesca, bodegones y marinas; acusa influencia del realismo académico español y de Joaquín Sorolla (1863-1923) en particular. Ejecuta un mural con tema de pesca en el Parlamento de las Islas Baleares. Sigue produciendo escenografías y diseño de vestuario para teatro.

Ha sido muy controvertido por los vaivenes que evidencian sus trabajos. Los críticos lo juzgan anacrónico, híbrido y demasiado teatral, porque amalgama estilos y épocas. Lo tachan de frívolo y de conservador; de mundano y de místico; de experimental sin ser vanguardista. Es constatable que, en un mismo periodo, ensaya simultáneamente el impresionismo de Renoir (1841-1919), el
de Picasso y los ángulos caricaturescos de los expresionistas alemanes. Y es cierto también que oscila siempre entre el amor por lo clásico y la audacia; entre la perfección académica y la libertad de la experimentación; entre el recato y el exceso ornamental. Quizás, como le achacan, quiera mostrar que sus recursos plásticos son inagotables. Reconocido como espléndido retratista, Montenegro es hoy solicitado por empresarios, políticos, gente adinerada y personalidades del mundo empresarial y cultural.