Emilio Varela

(Alicante, 1887 – 1951)

Obras del autor
XX Español

Se le considera el artista alicantino más importante de la primera mitad del siglo XX, con una pintura en la que se aprecian ecos impresionistas, fauvistas o expresionistas, que evolucionan hacia postulados muy personales en un ambiente cultural y artístico local.

En su obra es evidente su preocupación por captar y plasmar la deslumbrante luz mediterránea y el color de su entorno urbano y rural.

Su facilidad para el dibujo hace que sus padres le matriculen a los doce años en la academia del pintor alcoyano Lorenzo Casanova, a cuyo fallecimiento pasó a llamarse Círculo Casanova. Academia de Bellas Artes, donde estudió hasta 1905, fecha en la que viaja a Madrid para completar su formación con Joaquín Sorolla, con el que le unirá una estrecha amistad. Es el propio maestro quien le anima a participar en la
de 1906, en donde obtiene una mención de honor con la obra titulada Las gitanillas. Aprende de Sorolla la técnica y la pincelada, el empleo del color y la representación de la luz y, siguiendo sus consejos, comienza a utilizar como soporte de sus obras el cartón, por las texturas y calidades que proporciona, material que continuará usando a lo largo de toda su vida artística. Durante su estancia en la capital sus constantes visitas al Prado le permitieron conocer de primera mano la obra de los grandes maestros clásicos.

Traba una estrecha amistad con Salvador Tuset en el estudio de Sorolla, donde permanece hasta 1908, fecha en la que tiene que regresar a Alicante ante las reiteradas negativas de la Diputación de dicha provincia a concederle una beca. A su regreso realiza el servicio militar y continúa pintando, pero no es hasta 1918 cuando, tras una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Alicante, comienza a reconocerse la calidad de sus composiciones, que suponen una verdadera revolución en el ambiente provinciano de su ciudad natal. A partir de entonces su ascensión es meteórica.

Sorolla le puso en relación con el grupo de intelectuales alicantinos, entre los que se encontraban el compositor Óscar Esplá  y el escritor Gabriel Miró, convirtiéndose en miembro activo del Ateneo; y a través de Benjamín Palencia  y Daniel Vázquez Díaz entró en contacto con el panorama artístico de París, ciudad que visitó en 1928.
Los años veinte y treinta fueron para el artista el punto álgido en su creación, que desde 1935 verá aparecer signos de una crisis de autoestima que le acompañará hasta su muerte.

En su pintura se dan la mano los retratos, en los que la figura adquiere —sobre un fondo plano o un paisaje simbolista— una estilización y una elegancia casi ascéticas; los autorretratos, que pinta de manera obsesiva y en los que es posible visionar su recorrido vital y su manera de ir entendiendo y plasmando la pintura a lo largo de su carrera artística; los interiores, estancias cotidianas, en penumbra, siempre abiertas a la luz o a la naturaleza; los bodegones de objetos familiares y cotidianos; y muchos paisajes, los de su tierra alicantina, con sus montañas, sus bancales, sus moles rocosas, ese peñón de Ifach que se hunde en el mar, pero también aquellos en los que está presente la mano del hombre y el campo y la ciudad se funden en jardines y huertas; y como no esos árboles —pinos, chopos, palmerales, frutales— que con tanto cariño representa.