José Luis Fajardo

(La Laguna, Tenerife, 1941)

Sin título

1974

aluminio grabado

150,5 x 500,6 x 2,5 cm

Nº inv. P07209

Colección BBVA España


Nieto del marinista Enrique Sánchez, su temprano contacto con la pintura y su habilidad con el dibujo le llevan a realizar estudios de arquitectura, aunque desde los años sesenta ya desarrolla su actividad plástica en su ciudad natal, que en 1964 abandonará para instalarse en Madrid.
 
Su sólida formación cultural le permite asimilar una formación autodidacta, alejada de los cauces académicos. Aunque los movimientos de vanguardia se desarrollaban bastante alejados de las islas, la presencia de dos canarios en el grupo El Paso [Millares (1926-1972) y Chirino (1925)] le sirvió, tanto a él como a su amigo el escultor José Abad (1942), de acicate en su creación.
 
Desde la abstracción, el artista establece una relación con el plano geométrico que aparecerá en sus primeras obras y que será casi una constante en su creación. Tras sus abecedarios, emergen los retratos mágicos de extraños personajes sombríos de rostros nocturnos y contornos difusos que se convierten (1964) en seres disminuidos de cuerpos amputados que dejan al descubierto sus vísceras, para dar paso de nuevo a la abstracción gracias al encuentro con el aluminio, un nuevo material que lo aleja de su crónica del horror.
 
Utiliza el aluminio no como soporte, sino como vehículo de la acción que desarrolla; como materia asumida; como superficie que recoge la impronta de un grafismo al que llega mediante la técnica del repujado, que le permite obtener los volúmenes deseados; unos relieves que emergiendo de la superficie de la obra se prolongan en el espacio hacia el espectador. Algunas de sus formas se desdoblan a partir de un eje central, como las tintas de las decalcomanías que utilizaba el también canario Oscar Domínguez (1906-1957) para expresar sus delirios surrealistas. En sus obras no hay azar, sino arquitecturas o anatomías imaginarias. En sus murales, la pureza de la plancha de aluminio le posibilita encontrarse con el muro, pero no con un muro con historia, sino con un nuevo espacio que construye.
 
Camina hacia la luminosidad, hacia la claridad, nunca hacia al vacío, sino hacia la plenitud abstracta. Fajardo tiene la capacidad de reconvertir el caótico entorno en un espacio de evidente simplicidad, aunque apreciemos la forma inquietante de un rastro o unas huellas que hacen presentir el advenimiento de algo que no conocemos.