En la trayectoria de Eduardo Chillida destacan sus creaciones en papel, soporte sobre el que obtiene resultados plásticos muy personales, sobresaliendo especialmente su producción gráfica, en la que el autor empieza a experimentar en 1959. El ejercicio de esta técnica, a la que aplica los mismos principios estéticos y conceptuales que a sus esculturas, le permitirá dotar a sus trabajos en papel de una profunda monumentalidad, consiguiendo, a través del magistral tratamiento de este soporte, recrear la rugosidad del granito, la frialdad del hierro y la transparencia e ingravidez del alabastro.
Sus primeros aguafuertes evocan la armonía de sus dibujos caligráficos iniciales. Sin embargo, paulatinamente, sus obras comienzan a evidenciar un juego de volúmenes que remite a sus construcciones tridimensionales. La investigación en torno al grabado le llevó a introducir la técnica del

Técnica indirecta de grabado calcográfico que se usa para crear zonas tonales. Suele ser utilizada en combinación con otras técnicas, como el aguafuerte o la

Técnica calcográfica de incisión directa que consiste en dibujar la imagen sobre una lámina sin tratar utilizando un instrumento de punta fina muy afilada, como la punta de diamante o metal, para crear pequeñas incisiones que producen surcos, levantando en el borde lo que se denomina
rebabas. Según el grado de presión que se ejerce, se levanta más o menos material, lo que influye en la intensidad y en el grosor de la línea a estampar. A diferencia de otros procedimientos, como el buril o el aguafuerte, que presentan líneas más precisas, la punta seca se caracteriza por ofrecer amplias posibilidades expresivas a los artistas precisamente gracias a las rebabas.
. Primero se rocía con resina la plancha entera; después se cubren −generalmente con barniz o laca de bombilla− las zonas que el artista no quiere que sean mordidas por el ácido; esto se hará progresivamente, en función de los tonos que se quieran obtener: las zonas que deben quedar más oscuras, serán expuestas a una acción más prolongada del ácido. A continuación se sumerge la lámina en un ácido suave, que disuelve la superficie en las zonas que no están cubiertas; estos pasos se repiten las veces necesarias hasta lograr los tonos deseados. Una vez finalizado el proceso, se limpia la plancha −con alcohol si el material utilizado ha sido resina o cera, con petróleo si se ha usado barniz y con acetona si se ha utilizado laca de bombilla−, se entinta, se prepara el papel sumergiéndolo en agua y se procede a la estampación.
, que le permitía simular sobre el papel la áspera superficie de sus hierros.
Tal es el caso de
Euzkadi VII, que forma parte de la serie
Euzkadi, compuesta por siete grabados de gran formato. El conjunto, editado por Maeght Éditeur en París, fue realizado entre 1975 y 1976 y es un homenaje gráfico a su tierra natal, a la que Chillida se sentía profundamente vinculado. Tras su estancia parisina a finales de los años cuarenta, su regreso a San Sebastián le lleva a redescubrir la naturaleza y potencia del País Vasco, transformando esta fascinación en un trabajo abstracto que alude al entorno y a la fría luz del Cantábrico. La pieza, un gran volumen oscuro que gravita sobre un fondo inmaculado, evidencia el constante juego de contrarios que modela su práctica artística: blanco/negro, vacío/lleno, luz/sombra y pesadez/ingravidez. Además, la técnica utilizada dota a la composición de una rugosidad que imita el áspero y frío acabado de sus creaciones metálicas, proporcionando a esta obra sobre papel la contundencia plástica y el carácter tridimensional de su escultura.