Salvador Victoria

(Rubielos de Mora, Teruel, 1928 – Alcalá de Henares, Madrid, 1994)

Sin título

1972

serigrafía sobre papel (P.A.)

70 x 50 cm

Nº inv. 31641

Colección BBVA España


Salvador Victoria es una figura fundamental en la renovación plástica de la España del siglo XX. Su pintura evoluciona desde un lenguaje informalista en los años cincuenta −coincidiendo con su traslado a París y su descubrimiento del
y el
− hacia una
de formas y colores puros, con el círculo como eje principal de la composición. Estos rasgos marcarán visual y conceptualmente su obra de la década de los setenta. Tras un periodo de incesante experimentación, en torno a los ochenta recupera el trazo libre y vibrante de sus primeras obras. Sin abandonar la forma circular, las composiciones de este periodo muestran un ritmo más sosegado que las obras de su etapa parisina y suponen la culminación de un largo proceso de investigación con la forma, el color y la materia, elementos de los que Victoria se sirve para lograr trascender los límites de lo puramente visual.

A pesar de haber dedicado su vida a la pintura, desde finales de los años sesenta Salvador Victoria trabaja de modo habitual en el campo de la gráfica, ámbito que le abre un sinfín de nuevas posibilidades plásticas. A lo largo de su vida colabora con numerosos talleres y grabadores, creando un conjunto de obras que fluyen y evolucionan en paralelo a su producción pictórica y evidencian su afán experimentador.

En los años setenta la obra de Victoria se va depurando; paulatinamente abandona el lenguaje informalista, dando paso a perfiles constructivistas de vibrantes colores planos. En esta etapa desarrolla un tipo de composición que denomina superposiciones: obras en las que superpone capas de cartulina y acetato, que le sirven para investigar con el material, el volumen y la luz. Una indagación que se extiende a otros materiales, la tinta en el caso de esta llamativa obra de 1972. Aquí una gran forma esférica se configura mediante la superposición de capas de pintura circulares, que crean la impresión de formas concéntricas. La superposición de diferentes colores genera una suerte de sutil veladura que permite vislumbrar la pintura de la capa inferior, proporcionando volumen y movimiento a esa forma geométrica. El sorprendente y fuerte cromatismo de la circunferencia contrasta con el apagado fondo negro, efecto que, además, realza la sensación de ingravidez de la esfera. Esta levedad de la forma parece anunciar los cuadros metafísicos de finales de los años setenta, en los que el pintor recrea un personal universo de formas en suspensión.