Antonio Saura

(Huesca, 1930 - Cuenca, 1998)

Autodafé

1986

acrílico sobre cartón

30,7 x 52 cm

Nº inv. 36823

Colección BBVA España


Lector voraz e incansable, Antonio Saura siempre sintió especial pasión por coleccionar imágenes y papeles de todo tipo, que le servían de inspiración para la creación de su arte tan personal. Las imágenes de aquellos libros que fragmentaba pasaban a formar parte de sus collages, sin embargo fueron las cubiertas de dichos libros las que se convirtieron en el principal objeto de una nueva serie que comenzó a partir del año 1984, titulada Auto da fé y a la que pertenece esta obra.

Estas portadas se le presentaron como nuevos soportes para su pintura, le interesaban los pliegues y las texturas desgarradas de aquellas cubiertas. Para Saura: “La rasgadura del papel encolado o de la tela adosada provoca, en las portadas arrancadas, un estímulo suplementario, como si se tratara de una intervención previa y azarosa que en parte colabora con su fantasmagoría”.

El trabajo de esta serie nace de la destrucción y del gesto; vía de creación que comienza a desarrollar tras su ruptura con el movimiento surrealista; de las pinceladas violentas e instantáneas que hacen que en cada obra haya un dinamismo sin principio ni fin.

Ojos expresivos y rostros fragmentados de gran tensión dramática, derivados en parte de su pintura de paleta reducida, pues la limita solo a los tonos grises, marrones y negros. Son formas o antiformas; aparecen aisladas en el espacio asociándose de derecha a izquierda del eje que marcan los pliegues del lomo del libro, que dirige la mirada del espectador.

Los Auto da fé de Saura aparecen como monumentos conmemorativos que representan la indestructibilidad de la creatividad artística. El propio artista así lo explica en sus escritos, que aparecen recogidos en su libro Note Book (Memoria del tiempo): “Es una serie de pinturas realizadas sobre portadas de libros desguazados en los cuales, por razones diversas, fue quebrada su atractiva y primera consistencia […] Teniendo su origen en una inquisitorial destrucción de manuales y tratados, justificada en nombre del todopoderoso deseo, y no de una censura, sus resultados se me antojan pertenecer a un especial apartado del comentario crítico, tanto como al pensamiento plástico, siendo a un tiempo complacencia iconoclasta y renacer de cenizas. Los rostros que nos contemplan, surgidos de líquida y azarosa técnica, se refieren, de todas formas, a una situación dual nacida del sueño de la razón”.