Para la realización de esta serie, la artista se basa en el Cantar de los Cantares, que se estructura como poema de amor conyugal en el que Salomón y Sulamita, obligados a separarse, buscan desesperadamente su unión, con la esperanza de que al final sea el amor el que triunfe.

Uno de los versículos de este poema: “Él me hizo entrar en la bodega / y enarboló sobre mí la insignia del amor” (Cantar de los Cantares, 2:4), nos aproxima a esta delicada obra en la que dos amantes de negras siluetas muestran su amor, él a su espalda, enraizado a la tierra, se convierte en un árbol de brazos extendidos, con hojas en el torso, para proteger a su amada, que descansa tranquila bajo su sombra.

La educación religiosa que recibió Ouka Leele está muy presente en la mayor parte de sus obras; por ello una vez más recurre al tema religioso, a ese mundo mágico y misterioso que tanto la apasiona. Además, podemos ver el amor que siente la artista por el bosque, tan importante desde su infancia, ya que vivió entre Madrid y San Rafael (Segovia), una influencia que quedaría marcada en su alma y en sus obras para siempre.

A pesar de que la artista es más conocida por sus fotografías pintadas con acuarelas, en ocasiones abandona la cámara para sumirse únicamente en el proceso creativo que sería el que habitualmente superpone a la fotografía: la pintura, la aguada, que le permite crear un ambiente nebuloso y místico. En sus pinturas fluyen las siluetas, son mucho más ligeras, al no tener que someterse a los límites establecidos por la fotografía.

En esta ocasión olvida el color, se derrama en el uso de la tinta china, tan solo negra, de aspecto delicado, alejada de la teatralidad que caracteriza sus obras.