Salvador Victoria

(Rubielos de Mora, Teruel, 1928 – Alcalá de Henares, Madrid, 1994)

Superposición

1972

collage sobre cartulina

105 x 70 cm

Nº inv. P00965

Colección BBVA España



A finales de 1964 Salvador Victoria regresa a España tras pasar diez años en la capital francesa. Se cierra una etapa muy fructífera y reveladora, que le ha permitido entrar en contacto con las corrientes de vanguardia internacionales. Destaca el encuentro con la obra y las reflexiones de dos artistas que serán fundamentales en su trabajo posterior: Vasily Kandinsky (1866-1944) –especialmente su estudio de las formas geométricas y su vinculación con lo cósmico− y Paul Klee (1879-1940), con su tratamiento de la luz, su grafismo y su concepción espiritual del arte. Para entonces ya ha participado en importantes eventos europeos, como la XXX Bienal de Venecia (1960) o la II Bienal de París (1961) en el Musée d´Art Moderne de la Ville de París.

Al llegar a Madrid se integra en la recién creada Galería Juana Mordó (de la que procede esta obra). En 1965 se celebran sus primeras exposiciones individuales en España, en el Ateneo madrileño y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao; a partir de ese momento, y a lo largo de muchos años, expondrá su obra con regularidad.

En esta nueva etapa madrileña, la experiencia parisina desembocará en una aproximación a la
, que a mediados de los sesenta comenzaba a ser corriente representativa en España, con la programación de un significativo número de exposiciones de artistas nacionales y extranjeros. Esta tendencia se mantendrá a lo largo de toda su trayectoria, siempre desde un planteamiento muy personal, empleando los recursos constructivistas para obtener resultados de gran lirismo. 

En la década siguiente, a la que pertenece esta pieza, es cuando sus composiciones alcanzan mayor rotundidad geométrica, generando habitualmente obras con marcada simetría axial, dominadas por la presencia de la circunferencia.

Es fundamental en esta etapa el uso de la técnica del
para dotar de relieve tanto a sus obras en papel como a sus pinturas. En las denominadas superposiciones, que presentaría en la Bienal de Venecia de 1972, desarrolla al máximo las posibilidades volumétricas que esta técnica le ofrece. El resultado es una especie de complejos esqueletos en los que elimina el color para centrarse en el ritmo creado por el juego de los distintos recortes. Troquela con exactitud y minuciosidad estas cartulinas, entre las que intercala metacrilatos, que le permiten crear profundidad, acentuando sus cualidades escultóricas.