Salvador Victoria

(Rubielos de Mora, Teruel, 1928 – Alcalá de Henares, Madrid, 1994)

Sin título

1971

gouache y collage sobre papel

83,5 x 64 cm

Nº inv. P00969

Colección BBVA España



A finales de 1964 Salvador Victoria regresa a España tras pasar diez años en la capital francesa. Se cierra una etapa muy fructífera y reveladora, que le ha permitido entrar en contacto con las corrientes de vanguardia internacionales. Destaca el encuentro con la obra y las reflexiones de dos artistas que serán fundamentales en su trabajo posterior: Vasily Kandinsky (1866-1944) –especialmente su estudio de las formas geométricas y su vinculación con lo cósmico− y Paul Klee (1879-1940), con su tratamiento de la luz, su grafismo y su concepción espiritual del arte. Para entonces ya ha participado en importantes eventos europeos, como la XXX Bienal de Venecia (1960) o la II Bienal de París (1961) en el Musée d´Art Moderne de la Ville de Paris.

Al llegar a Madrid se integra en la recién creada Galería Juana Mordó (de la que procede esta obra). En 1965 se celebran sus primeras exposiciones individuales en España, en el Ateneo madrileño y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao; a partir de ese momento, y a lo largo de muchos años, expondrá su obra con regularidad.

En sus obras de estos años comienza a ordenar el espacio, y se hace patente la influencia del
. Ya en los setenta, sus composiciones terminan de alejarse del
de su etapa parisina, para estar dominadas por la rotundidad de las formas geométricas, entre las que predomina la circunferencia. Artista riguroso y concienzudo, Victoria estudia detenidamente las cualidades plásticas de sus creaciones. La distribución de los cuerpos en el espacio, la armonía de los colores o la evocación de texturas son aspectos fundamentales en su actividad creativa.

Desde los años sesenta Victoria se sirve de la técnica del
para experimentar con el relieve. En sus collages, realizados sobre papel y tabla, el color asume un papel fundamental. Su paleta se aclara y se llena de luz, lo que muchos críticos han visto como una influencia del posimpresionismo valenciano que marcó su formación. 

En esta pieza destaca el tratamiento evanescente: las transparencias –el acetato de la capa intermedia− y la aplicación de la pintura pulverizada con aerógrafo hacen que los contornos se desdibujen y aumente la sensación volumétrica. Las esferas parecen flotar en el aire, en una visión casi mística. Victoria logra crear un espacio inmaterial, de apariencia aérea y dimensión cósmica, en el que la geometría se combina con el lirismo tan característico de su obra.