Su pincelada activa, enérgica y violenta, siempre en movimiento, es el fundamento de la iluminación vibrante de la obra.
Las representaciones de vistas de ciudades, en concreto Granada, donde Julio Juste empieza su carrera como artista, son algo común en su producción, aunque en un inicio estas se centraran en la abstracción.
Su arte está inspirado en el americano, asimilado a través de artistas españoles como José Guerrero (1914-1991), Zóbel (1924-1984)  y Ràfols-Casamada (1923-2009). Sus pinturas son siempre muy coloristas: usa una paleta muy contrastada y combina tonos cálidos con fríos, aunque en esta obra se ciña básicamente a los colores primarios.
El lienzo, realizado en 1981-1982, cuando el artista recibe una beca del Ministerio de Cultura, presenta un puente amarillo que ordena rotundamente la composición. El puente no tiene límites, continúa más allá de los bordes del lienzo. Este color amarillo es una clara representación de ese al que nos referíamos. El puente aparece sobre un cielo rojo, quizás en relación con el título, los colores del diablo y el infierno, y un paisaje en azules y negros que recuerda mucho a José Guerrero, con grandes zonas de color sucesivas, limitadas, que dan la sensación de espacio cerrado, y evitan la dispersión del color dentro de la pintura.