Eugenio Lucas Velázquez es una de las figuras más destacadas e interesantes de la pintura decimonónica española. Encuentra su principal inspiración en las composiciones goyescas, y su extraordinaria capacidad de observación le sirve para crear escenas de intenso dramatismo dentro del más puro y genuino espíritu romántico, configurando un imaginario popular muy característico a través de un lenguaje propio y original.

Su obra, cargada de misterio y fuerza, se aleja de las representaciones de género pintorescas y complacientes que respondían a la demanda del mercado extranjero. Con una visión totalmente contrapuesta, y bajo la influencia del Goya más crítico y expresivo, desarrolla un costumbrismo denominado “de veta brava”, para ofrecer una imagen grotesca de la tradición española. Lo ejemplifica bien este lienzo realizado en la década de los cincuenta, momento que supone la consagración de su carrera artística.

Pieza poco conocida pero de sobresaliente calidad, reproduce el paraje histórico sevillano de la Alameda de Hércules, emplazamiento donde a lo largo de los siglos XVIII y XIX tenían lugar las fiestas locales de san Juan y san Pedro, precedente de la Feria de Abril. Durante estas celebraciones era costumbre que las jóvenes fuesen a pasear allí a media noche para coger el agua milagrosa que manaba de sus fuentes, pues existía la creencia de que, quien la bebiese, encontraría el amor.

Con notable dominio técnico, Lucas Velázquez traslada al lienzo el abigarramiento de este animado suceso. Destacan el juego de luces y sombras y un indudable análisis compositivo. Mediante los ejes verticales de dos columnas situadas en el centro de la imagen divide la escena en dos espacios bien contrastados: uno casi desierto, el otro densamente poblado; en él se entremezcla una confusa multitud de personajes de toda condición que conversan en torno a los distintos puestos de la verbena.

La herencia de la estética goyesca se aprecia tanto en la gama cromática como en la ejecución espontánea, caracterizada por la pincelada fluida, expresiva y enérgica con la que resuelve todo el cuadro, principalmente las figuras, ejecutadas de manera abocetada, contribuyendo a subrayar el dinamismo del acontecimiento festivo. De este modo, el pintor logra plasmar su universo más personal interpretando las lecciones de la mejor tradición pictórica nacional.