Bonifacio Alfonso

(San Sebastián, 1933 ─ 2011)

Triángulo azul

1978-1979

óleo sobre lienzo

170.5 x 130.5 cm

Nº inv. 2525

Colección BBVA España



Pintor atípico y algo excéntrico, Bonifacio pasó del mundo taurino −fue novillero− al de las artes plásticas, dedicándose de lleno al arte desde 1958, momento en el que creará un estilo propio al que se mantendrá siempre fiel. Pertenece a la generación de artistas que durante la segunda mitad del siglo XX renovaron la pintura española, proponiendo nuevas vías de representación no figurativas. Además, formó parte del grupo de creadores que en los años sesenta se establecieron en Cuenca, convirtiendo a esta ciudad en un importante enclave artístico y cultural.

Aunque nunca le gustaron las etiquetas, su pintura –con destacables referentes oníricos− se ha situado dentro del
. Sus obras se caracterizan por perseguir formas dinámicas, a las que atribuye un lenguaje poético que tiene mucho que ver con el del
. También se aprecian ecos de Willem de Kooning (1904-1997) o Roberto Matta (1911-2002), por la frescura y vivacidad de colores y tonalidades. Dentro de su producción sobresalen los dibujos y grabados de insectos que lleva a cabo entre 1971 y 1972. En ellos investiga y disecciona su fisonomía desde un punto de vista plástico. Estos estudios le sirven posteriormente para dar forma a los personajes que pueblan sus cuadros, muchos de ellos híbridos entre humanos y artrópodos.

La viveza de su trabajo es consecuencia de su peculiar proceso creativo, a través del cual se va desvelando progresivamente el conjunto. Bonifacio no comenzaba a pintar sobre el lienzo en blanco: una vez preparado este en el estudio, el autor salpicaba y manchaba la tela con cualquier sustancia que encontrase a mano. Tras varios días de reposo lo recuperaba y copiaba sobre él, con carboncillo, algún dibujo realizado previamente. Sobre esta base aplicaba libremente el color en todas direcciones, resultando una composición de gran expresividad, como bien muestra Triángulo azul.

Esta pieza pertenece a la etapa de mayor éxito de su carrera, finales de los años setenta. La obra es un excelente ejemplo de su pintura activa, más aérea y luminosa, en la que todos los elementos −figuras, signos y triángulos− flotan libremente en un espacio abierto, dominado por los colores claros, transparentes, en los que resultan evidentes los ecos de la naturaleza.