Raimundo de Madrazo fue uno de los miembros más importantes de la prestigiosa saga de pintores que protagonizó el panorama artístico nacional decimonónico. Perteneciente a la tercera generación, se dedicó principalmente a inmortalizar escenas cotidianas, siendo al mismo tiempo continuador del género en el que más destacó la familia: el retrato.

A lo largo de su trayectoria se afianzó como retratista de moda de la alta sociedad de París, ciudad en la que residió prácticamente toda su vida; esta actividad le permitió a su vez relacionarse con la burguesía europea instalada allí, asegurándose una notable clientela. Dentro de esta tipología, se especializó en representaciones femeninas, como es el caso de esta obra, excelente ejemplo de la capacidad expresiva del autor, indudable continuador del estilo de su padre y maestro Federico de Madrazo (1815-1894).

Ejecutado posiblemente en su periodo de madurez, en este óleo se aprecian ciertos cambios adoptados por el pintor durante las últimas décadas del siglo XIX. La modelo −se trata sin duda de un encargo, pero no se ha podido localizar documentación que permita identificarla− es una elegante dama, de aspecto muy acorde con el ambiente fin de siècle de la capital francesa. El atuendo manifiesta una clara intención de plasmar la cotidianidad del momento y evidencia cómo Madrazo fue abandonando las creaciones de tinte dieciochesco a favor de la representación de la mujer finisecular.

Dotado del exquisito refinamiento que caracteriza al artista, este retrato produce una sensación de espontánea naturalidad, resultado de un interesante estudio compositivo, que se complementa con el tratamiento lumínico y el análisis cromático. La luz directa que incide sobre el personaje modela con suavidad su figura, resaltando el rostro, realizado, a modo de pieza de orfebrería, con gran detalle y minuciosidad; en cambio, el resto del cuadro está resuelto con pinceladas más sueltas, que denotan una ejecución técnica más libre y moderna.