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/en/pintura/34077-untitled/
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pintura
18114
14326
/wp-content/uploads/2022/06/34077.jpg
Carmelo Ortiz de Elgea
(Vitoria, 1944)
Sin título
1975
óleo sobre lienzo
130 x 130 cm
Nº inv. 34077
Colección BBVA España
Ortiz de Elgea, reconocido artista del
Movimiento de la Escuela Vasca
colectivo que surge en el País Vasco en 1966, en el que se integraron tres grupos: Gaur (Hoy) de Guipúzcoa, Emen (Aquí) de Vizcaya y Orain (Ahora) de Álava. Impulsado por los artistas Agustín Ibarrola y Jorge Oteiza, este movimiento centra su actividad en la reivindicación del arte vasco de vanguardia. El colectivo sufrió muy pronto disensiones internas, que desembocaron en su disolución el mismo año de su creación.
, se caracteriza por la continua evolución y experimentación; su pintura, de raíces expresionistas, se balancea en el límite entre la abstracción y la figuración. Enraizada en el paisaje, su producción atraviesa diversas etapas, enriqueciéndose a lo largo del camino gracias a la influencia de las distintas tendencias de vanguardia que confluyen para formar un estilo plenamente personal e inconformista, en constante progreso y transformación.
Esta obra pone de manifiesto el giro que experimenta su creación a comienzos de los años setenta. La figura, eje de la etapa inmediatamente anterior, va desapareciendo y cede el protagonismo al propio lenguaje pictórico: la interacción de los colores, la ordenación de las formas y sus relaciones compositivas. Este cambio en su trayectoria recibe una buena acogida cuando presenta su segunda exposición en Madrid, en la Galería Kreisler Dos, en 1975.
Al mismo tiempo, en esta pieza podemos observar cómo el espacio se organiza en torno a dos grandes masas cromáticas horizontales: una de color tierra oscuro en la parte superior y otra ocre en la inferior; sobre ellas se imbrican otras áreas de tonalidades diferentes, dejando respirar ese fondo en algunas zonas. A la vez que mantiene ciertos toques de los colores vivos habituales en la época anterior, como los amarillos y azules, incluye tonos terrosos, grises y negros, colores “sordos, más metidos para dentro”, que le permiten conectar con la tierra, con el paisaje, germen de su pintura: “siempre con la naturaleza enseñándome a pintar”, según afirma el artista.
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