Eduardo Sanz

(Santander, 1928 — Madrid, 2013)

Sin título

s.f

esmalte sobre vidrio, espejo y lente

100 x 100 cm

Nº inv. 35640

Colección BBVA España


El apego por el mar de su tierra está muy presente en sus obras más actuales, de marcado carácter hiperrealista, sin dejar de ser ese artista versátil, inquieto y comprometido que encuentra en la experimentación con la materia una forma de expresar sus sentimientos.
Se formó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Sus primeras obras de principios de los años sesenta reflejan su interés por el
, movimiento que en esos momentos se encontraba en pleno auge.
Sin embargo, su espíritu vanguardista y su deseo de conciliar el arte con la sociedad le conducen desde 1962-63 hacia una experimentación matérica y formal que le acompañará durante una importante etapa de su trayectoria artística y que culmina en el año 1975, fecha en la que retoma los medios pictóricos tradicionales. A finales de la década de los sesenta, formó parte del movimiento
, impulsado por el crítico José Aguilera Cerni. Este grupo, que reunió a otros artistas como Eusebio Sempere (1923-1985) o José María Yturralde (1942) desarrollaba un lenguaje artístico basado en la cinética y la ilusión óptica, destinado a fusionar ciencia y arte.
Durante esta etapa el pintor incorpora como soporte el vidrio y el espejo, con la intención de que su creación interactúe con el espectador y le haga partícipe de la misma. Sus primeros espejos o “paisajes geométricos”, como el propio artista denomina a estas obras, datan de 1963, y los últimos de 1974. En ellos busca un orden geométrico en el que combina el color con las superficies reflectantes sobre las que lo aplica.
Esta obra, similar a Sol rojo, también en la Colección BBVA, se estructura a partir de un espejo circular del cual emergen sucesivas líneas que forman un óvalo. Con estas combinaciones geométricas, el artista parece evocar un gran ojo, el del artista que observa al espectador y participa de manera activa en la observación de la obra que experimenta la ilusión óptica del efecto muaré.
La obra queda sujeta a multitud de interpretaciones; parece estar “viva” y en constante transformación, debido a la incidencia de la luz, al entorno donde se circunscribe, al espectador que la contempla y a su estado de ánimo.