El artista practica una pintura que va más allá del cuadro; su interés por lo desconocido le lleva a crear su propio lenguaje a base de signos. Trabaja el lienzo teniendo en cuenta el espacio, el color y los objetos convertidos en símbolos, cada vez más estilizados y alejados de la realidad.

Esta obra forma parte de la serie Cartografías, basada en las cartografías de Ptolomeo, que realizó en 1990 y fue expuesta en la Galería Juana Mordó. Los cuadros son mapas en los que aventura una forma para definir esos territorios todavía desconocidos que esperan ser explorados.

Sobre un fondo negro se recorta la silueta fragmentada y esquemática de una jirafa que aparece inclinada sobre una gran mancha de un color ocre y denso barniz, una isla que es su territorio, que protege con su figura. El artista concentra en muy pocos elementos el vínculo existente entre la tierra y el animal, dotando al signo y a la forma de una fuerza icónica ancestral.