Para Alfonso E. Pérez Sánchez, la obra, que estuvo atribuida a Juan Pantoja de la Cruz (1554-1608), guarda más relación con las maneras de Juan Carreño de Miranda (1614-1685). Sitúa su realización en torno a 1680, más cerca de la

 Escuela sevillana 

de primordial importancia dentro de la Historia del Arte, se extiende desde la Baja Edad Media hasta nuestros días y engloba a importantes pintores fundamentales para el desarrollo del arte español cuya carrera se desarrolla en Sevilla. Su estilo evoluciona conforme a las modas de cada época, pero se podría decir que el naturalismo es su hilo conductor. En el siglo XVII alcanzará su máximo esplendor con la figura de Velázquez como líder. A ella pertenecen importantes maestros de la pintura española, desde los murales italo-góticos de la Virgen de la Antigua en la catedral de Sevilla, pasando por Pacheco, Murillo, Zurbarán, Alonso Cano o Valdés Leal, hasta el hiperrealismo de Carmen Laffón.

que de la madrileña.

Su pincelada muy suelta y deshecha, propia del barroco sevillano, nos lleva a pensar más concretamente en el entorno de Juan Valdés Leal (1622-1690), del que se conocen pocos retratos.

El niño, de familia aristocrática, está vestido según la moda de la corte de Carlos II (1661-1700). Con casaca al modo francés, forrada de piel, cuyas mangas cortas y anchas dejan asomar los bullones y puños de la camisa, que se cierra en un cuello semitransparente, con nudo de borlitas plateadas.

La mano izquierda sostiene un chambergo negro emplumado, mientras la derecha se apoya sobre el respaldo de una silla frailera colocada en un ángulo diferente al utilizado habitualmente en los retratos. El reducido tamaño de la silla, proporcionado con su dueño, y el rico paño con el que está tapizada refuerzan la hipótesis de que se trate de un noble.