Eduardo Arroyo

(Madrid, 1937-2018)

La nuit espagnole

1985

técnica mixta sobre collage pegado a lienzo

118 x 99,7 cm

Nº inv. 5268

Colección BBVA España


Tras finalizar la carrera de periodismo (1957) se traslada a París con la idea de escribir, pero pronto la pintura prevalece sobre su dedicación literaria, que sin embargo sigue siendo fundamental en su trayectoria. Su pintura figurativa, de tono cáustico y sarcástico, le aproxima al
, debido en parte a la utilización de colores vivos, de pincelada plana, en los que la profundidad está ausente. Su actitud crítica frente a las dictaduras le lleva a ridiculizar y reinterpretar los tópicos españoles, lo que le valdrá la persecución del régimen franquista. Aunque regresó a España tras la muerte de Franco, no recibió el merecido reconocimiento oficial a su obra hasta 1982, fecha en la que se le concedió el Premio Nacional de Artes Plásticas.

Su experiencia como refugiado político (1973-75) le movió a realizar series dedicadas a personajes que sufrieron el exilio o la represión, entre ellos una serie de cuadros-homenaje a poetas muertos, como es el caso de Federico García Lorca, de la que hay un ejemplo en la Colección BBVA. Además, cabe destacar que en toda su producción pictórica existe un planteamiento compositivo muy escenográfico —algo que se observa claramente en Toute la ville en parle y en la presente obra—, mundo en el que se inicia en la transición de los sesenta a los setenta gracias al encargo del director escénico Klaus Michael Grüber. La pasión que le despierta esta disciplina le lleva a repetir en muchas ocasiones la experiencia, e incluso a escribir una obra dramática.

Detrás de esta serie de 1985 que titula La noche española, hay otra que pintó Francis Picabia (1879-1953) sesenta y tres años antes, y otra versión que de la obra del maestro francés realizó en 1965 el propio Arroyo. En ella se combinan dos características recurrentes en su obra: la referencia a lo español, a lo castizo, mediante citas, muchas veces irónicas, y los desafíos a los pintores y la pintura del siglo XX, aunque en este cuadro, más que crítica a los maestros modernos hay una reflexión sobre sus obras. De este modo, el pintor español trabaja sobre la pintura de Picabia, uno de sus artistas preferidos, y la modifica hasta hacerla suya.

En la obra de Picabia el espacio se divide en dos bandas en las que se perfilan dos siluetas ligeramente superpuestas —la de un bailaor en negro sobre blanco y la de una mujer desnuda, cubierta parcialmente por dos series de círculos concéntricos de colores cálidos, en blanco sobre negro—. En la obra de Arroyo las figuras apoyan sus pies sobre el suelo y cada una puebla su espacio. El bailaor parece fragmentarse en tres siluetas; la mujer aparece vestida y uno de los círculos concéntricos se ha transformado en una especie de máscara que le cubre parcialmente la cara.

Sobre ese negro que invade la superficie del cuadro irrumpe el relámpago de luz que atraviesa la noche y nos permite ver las figuras que pueblan ese espacio nocturno. Un combate entre luces y sombras; un instante fugaz que nos hace partícipes de lo que ocurre en esa ciudad moderna.

En esta obra el artista mezcla un repertorio de técnicas. Con lápiz, pasteles, acrílico y acuarela trabaja sobre cartulinas de diferentes colores que encola a un único soporte de cartulina, pegada a su vez sobre un lienzo.