Leonora Carrington

(Clayton Green, Lancashire, 1917- Ciudad de México, 2011)

The Sphere Themselves

1965

óleo sobre lienzo

80 x 60 cm

Nº inv. CAB012

Colección BBVA México



Exhaustiva, precisa y alucinada, la obra de Carrington nunca es trivial. Su recorrido, atravesado por la búsqueda espiritual, arranca con el surrealismo y desemboca en México, donde en el pasado maya y mexica, el culto de los muertos y el chamanismo encontró resonancias con la cultura que absorbió en su tierra natal.

Con el paso del tiempo, Leonora Carrington admitió sin parpadear los fenómenos paranormales y oníricos más descabellados y su trabajo adquirió una dimensión críptica, atemperada por un oficio refinado y casi preciosista. Se nutrió de la escritura automática preconizada por André Breton, y fue abrevando en religiones y mitos, en la antropología y el ocultismo, en el gnosticismo, la Cábala, el I Ching, el budismo, el tarot, lo mismo que en cuentos de hadas y en la literatura fantástica.

¿Qué ceremonia secreta oficiará la Diosa Madre de The Sphere Themselves? Un rito de fertilidad, sin duda alguna. Leonora Carrington nunca disimuló sus convicciones feministas y ecologistas. Su iconografía interroga a las religiones arcaicas previas al patriarcado, a las tradiciones místicas y herméticas, a las leyendas celtas, y recurre lo mismo a los bestiarios medievales que a Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift y a Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.

La pieza exhibe todo un repertorio de arquetipos. Presenta, en un templo subterráneo, a una sacerdotisa cubierta de una máscara terrorífica que se dispone a bajar de su espacio sagrado por una escalera para encontrarse con la silueta profana de un hombre. La misteriosa escenografía obedece a una codificación extrema de los elementos. La esfera del título remite a la perfección, a la totalidad de posibilidades en un mundo limitado, a la abolición del tiempo y el espacio, al Huevo Cósmico, al movimiento cíclico de renovación y a la revolución. La mujer podría encarnar a Nyx, nombre que los griegos daban a la Diosa de la Noche y de las Tinieblas, y que fue hija del Caos. En algunos motivos de la composición reconocemos la espiral que simboliza las fuerzas que subyacen a la creación, así como la evolución y la autotransformación; una vaporosa Lemniscata representa el infinito, la eternidad y los poderes espirituales; los fuegos fatuos indican calor, energía sexual, trascendencia.