Diego Rivera

(Guanajuato, 1886 – Ciudad de México, 1957)

Mujer sentada con flores

1944

óleo sobre lienzo

121 x 152 cm

Nº inv. CCB062

Colección BBVA México



Durante el siglo XX, el retrato encumbra ciertos valores identitarios que marcan profundamente la sensibilidad del público mexicano. La sensualidad sazonada con una pizca de exceso cataliza las cualidades que se exigen de la representación de la belleza, más allá de cualquier jerarquía de clase, costumbres o etnia. Los artistas, con Diego Rivera a la cabeza, subrayan la fusión orgánica del individuo con su sangre, su terruño y, en ocasiones, la energía cósmica. En esos juegos de espejos que idealizan la relación con el prójimo se inscriben los avatares de la seducción, bajo la mirada superlativamente sofisticada de Rivera.

Cuando realiza este retrato, Diego Rivera es casi sexagenario. En este lienzo de contornos curvilíneos, la lozanía algo altiva de la modelo −posa sentada sobre un cojín, con las piernas apoyadas en el suelo en ángulo lateral−, el escote de volantes que resbala sobre su hombro bruñido, la falda color esmeralda, la exuberancia del ramo que la contrapuntea, son representativos del lirismo de la carne que suele derrochar Rivera en el retrato femenino. Una mujer en la flor de la juventud no puede sino estar acompañada de jarrones de barro que refrendan la función revitalizadora de las artesanías, y cuyos volúmenes compensan el cuerpo aún adolescente de la modelo. Las flores aportan la nota de fragancia, fecundidad y savia viva; acatan también las convenciones del género: los pétalos frescos pronto estarán marchitos.