Modest Urgell i Inglada

(Barcelona, 1839 − 1919)

Paisatge

siglo XIX

óleo sobre lienzo

64,2 x 122,5 cm

Nº inv. CX00091

Colección BBVA España



Este óleo es un interesante ejemplo del tipo de obra monotemática de este prolífico pintor barcelonés, considerado por los estudiosos como uno de los artistas más interesantes del panorama pictórico catalán del siglo XIX.

Sus paisajes tienen influencias del realismo –fruto de su contacto con la obra de Courbet y Corot en París− y también de la corriente romántica. Sin embargo, desarrolla un estilo propio, desligado de cualquier movimiento artístico. Y es que Urgell no es un creador estático de paisajes irreales; sus horizontes existen. Poniendo de manifiesto su gran afición a viajar y su capacidad de análisis del mundo que le rodea, sus paisajes se inspiran en, al menos, medio centenar de localizaciones geográficas diferentes, principalmente de Cataluña −Olot, Barcelona, Gerona−, pero también del resto de la península y de Francia.

Lejos de tratarse de un paisaje pintoresco, en este cuadro se respira un aire de cierto abandono, melancolía y soledad. En sus propias palabras, sus paisajes pormenorizan “aquella Cataluña mía, pequeña, baldía, desmantelada, sin flores ni plantas, sin bosques, montañas o alisales: esa Cataluña quieta, triste y solitaria, que domina esa línea horizontal que tanto me ha sido criticada, aquella cerca y aquel ciprés (…)”.

La ermita, elemento central de la composición, se yergue deshabitada, integrándose como un elemento más de la naturaleza. Como es habitual en sus paisajes, el artista capta el momento de la puesta de sol recurriendo a una paleta de tonalidades rosadas, aplicada con gran destreza. El primer plano aún recibe leve luz solar, mientras que el plano medio ya comienza a ensombrecerse por la luz crepuscular. No existe ápice de idealización del entorno, sino la más severa y tenebrosa realidad de la afable existencia.

Técnicamente, la obra guarda similitud con otros óleos del pintor. El primer plano lo resuelve con una pincelada vibrante pero cargada de materia, mientras que el celaje repite la pincelada movida pero con menos empaste de pintura.

Con la aparición de elementos simbólicos como ermitas, iglesias, cementerios o cipreses nuevamente se imponen la muerte y el recogimiento.