Juan Ramón Luzuriaga

(Bilbao, 1938)

Gabarra en Zorrozaurre

1974

óleo sobre lienzo

63 x 52,4 cm

Nº inv. P00117

Colección BBVA España



Luzuriaga es reconocido como uno de los representantes más importantes de la denominada Escuela Vasca de posguerra. Como en esta obra, uno de los motivos principales a lo largo de toda su trayectoria es la producción de escenas portuarias de Vizcaya. En este caso, representa una
en Zorrozaurre, barrio de Bilbao formado por una isla artificial y considerado la última operación de regeneración urbana puesta en marcha en la villa. Zorrozaurre jugó un papel fundamental en el desarrollo de Bilbao, hecho clave para entender los orígenes de la modernidad artística en el País Vasco, muy vinculada al proceso de industrialización que vivió la región desde principios del siglo XX. A mediados de los años sesenta este barrio se vio inmerso en una época de pujanza, potenciada por la apertura del canal de Deusto, que generó una notoria actividad portuaria hasta que la crisis económica de los años setenta afectó al progreso industrial, provocando su declive.

Este lienzo corresponde a su etapa anterior a 1980, caracterizada por el predominio del dibujo y la construcción de elementos diáfanos de gran simplicidad, muy influido por el neocubismo de Daniel Vázquez Díaz (1882-1969). Sin perder la base formal, tiende a estructurar la realidad mediante planos, con una técnica muy delicada de veladuras y barridos de color. Así consigue plasmar una atmósfera dominada por las gradaciones grises propias de un ambiente industrial, pero de carácter más amable y elegante gracias a los efectos lumínicos reflejados en el agua, recurso que aporta plasticidad. A nivel compositivo, destaca el interés por distribuir la imagen en distintos planos a través del uso intenso del negro en los elementos ubicados en primera línea −que contrastan con las suaves transparencias−, perdiendo tonalidad de manera gradual para generar profundidad.

Lejos de resaltar la naturaleza fabril y el declive del lugar en los años setenta, Luzuriaga lo representa con un acentuado toque poético. Consigue humanizar la escena, recurriendo a la creación de una atmósfera sutil, a base de suaves veladuras grises, ocres y malvas, que, junto al estudio de la luz, conforman una gama cromática de gran riqueza. Solo se aprecia la presencia de la estética industrial en las chimeneas humeantes de las fábricas, que se intuyen al fondo, plasmadas con suma delicadeza mediante tonalidades muy difuminadas. El carácter lineal, que elimina el aspecto sólido inherente a este escenario, hace que las formas parezcan flotar. Una imagen que se diría más evocada que tomada directamente del natural, cuyo objetivo es transmitir calma y sosiego frente al enérgico ritmo propio del entorno. Esta quietud, que puede remitir a la estética oriental, responde al interés de Luzuriaga por interpretar la realidad desde un prisma lírico, para crear una pintura pura y silenciosa, alejada de lo anecdótico.