Artista destacado en los círculos de arte académico español durante la primera mitad del siglo XX, supo unificar el realismo clásico con el influjo romántico francés que imperaba en ese momento. Tal fue su importancia que llegó a ser director del Museo del Prado en dos ocasiones, y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

Esta obra es un maravilloso ejemplo de los temas gallegos cultivados por Sotomayor después de su vuelta de Chile. En ellos combina el gusto por una composición equilibrada y un colorido armónico con la representación de los tipos y el paisaje de la región, en este caso la comarca lucense de Las Mariñas, lugar muy frecuentado por Sotomayor en esos años.

Como es habitual en su pintura, sitúa en primer término una figura cortada, mientras en segundo plano desarrolla un fondo de paisaje con un tratamiento naturalista que recuerda a la pintura flamenca, influencia fundamental a lo largo de toda su trayectoria.

La sobriedad de la paleta −en verdes, marrones y azulados− contrasta con los rojos del chal de la joven y con sus facciones delicadas. En sus brazos levantados sostiene una espuerta, de la que solo se representa la base, una composición de gran modernidad. El artista plasma aquí el prototipo de la mujer gallega: tez clara, pómulos salientes, cabellos castaños y ojos azules, una figura a la que dota de un aire pensativo y melancólico.