Manuel Rivera

(Granada, 1927 – Madrid, 1995)

Espejo naciendo III

1974

técnica mixta (tela metálica, alambre y metal) y óleo sobre madera

129,8 x 88,8 cm

Nº inv. P00420

Colección BBVA España


Esta excelente composición de Rivera, de intenso lirismo, es a la vez construcción casi arquitectónica, dramática e inquietante. El tablero se convierte en el soporte de la tela metálica, que queda suspendida sobre él gracias a la utilización de pivotes de hierro.

Manuel Rivera, pionero de la abstracción española, inicia sus estudios artísticos en su Granada natal, ciudad que le dará ese gusto por la luz en sus obras. Continuará su formación en Sevilla y finalmente en Madrid, donde en 1957 participará en la creación del grupo informalista El Paso, colectivo al que pertenecerá hasta su disolución en 1960.

Pronto llegará a crear un estilo propio, que nada tiene que ver con esa tendencia inicial figurativa, basado en la utilización de telas metálicas, con las que crear obras profundas y espirituales, cercanas a los ejemplos del op art y el
, debido a la vibración óptica que estas mallas crean en el espectador. En ellas no solo busca un equilibrio de formas y color, sino que va más allá, hacia un estado emocional.

Tal como relataba el propio artista, en 1956 se produce, ante el escaparate de una ferretería, su fortuito encuentro con la tela metálica. “Compré un rollo de tela metálica, lo llevé al estudio, lo contemplé durante días, y casi a ciegas comencé a trabajar sobre él. En ese momento comenzó mi aventura”. El material le descubre sus posibilidades estéticas y le ofrece un lenguaje propio que le permite dar respuestas a su preocupación por el espacio y la luz, que se traduce en transparencias y volúmenes. Para Rivera la tela metálica se convierte en lo que la arpillera era para Millares.

Al principio sus obras tenían un solo plano, a modo de
, pero pronto comienza a dejar espacios entre las telas metálicas, dotándolas de una profundidad que le permite jugar con vibraciones e irisaciones derivadas de la propia materia.

Tras la Bienal de Venecia de 1958, la tela metálica de sus obras comienza a oxidarse. Ese accidente fortuito le induce, a partir de los sesenta, a introducir el color, que irá conquistando las sombras y aportará a la obra mayor intensidad y luminosidad. El artista comenzará a utilizar el mismo sistema de veladuras que los pintores venecianos del siglo XVI. Al introducir el color en sus fondos, la luz crea ondas y vibraciones de gran intensidad, lo que, unido a la superposición de las mallas metálicas, da a la obra un carácter más constructivo.

En 1964 nacían sus famosos Espejos que ocuparon tres décadas en su producción. Como se observa en este caso, se trata de un espacio mágico, lleno de emociones, movimiento y color. Este interés del artista por los espejos tiene mucho que ver, como confesó el propio Rivera, con la obra de Lewis Carroll. En ellos el artista busca el misterio, un mundo prohibido e intrigante.