Salvador Victoria

(Rubielos de Mora, Teruel, 1928 – Alcalá de Henares, Madrid, 1994)

Mult-Fer II

1974

óleo sobre tabla

130 x 102 cm

Nº inv. P00884

Colección BBVA España



En la década de los setenta, las composiciones de Salvador Victoria terminan de alejarse del
de su etapa parisina, para estar dominadas por la rotundidad de las formas geométricas y la simetría. Esta será, en mayor o menor medida, una constante a lo largo de toda su trayectoria. Además, su paleta se aclara y se llena de luz, lo que muchos críticos han visto como una influencia del posimpresionismo valenciano que marcó su formación.

Lejos de resultar una abstracción fría y racional, su obra está impregnada de espiritualidad. La geometría le sirve como vehículo para dotar de orden a su discurso lírico. En este sentido, resuena la influencia en el tratamiento de forma y color de Vasily Kandinsky (1866-1944), Paul Klee (1879-1940) o Ben Nicholson (1894-1982).

A partir de dicha década, existe una figura poderosa que aparecerá sistemáticamente en sus representaciones: el círculo, que unas veces se genera a partir de superposiciones de líneas en el espacio y otras emerge como un sol sobre el horizonte. El color juega un papel importante, así como la línea, una sucesión de curvas que remiten a una espacialidad que emana del vacío. El propio artista define su pintura como “dentro de un abstracto expresionista, atraído por la materia y los signos (…) apoyándome en el color (…), una claridad expresiva más diáfana y profunda”.

La relación que se genera entre las formas remite de manera indirecta al paisaje, con un movimiento y un ritmo muy estudiados, en busca de un equilibrio y un entendimiento entre los elementos.