Salvador Victoria fue un artista comprometido con la sociedad de su tiempo. Preocupado por llevar a cabo una renovación plástica que respondiese a las necesidades del mundo contemporáneo, se valió del lenguaje abstracto para ahondar en la representación de universos metafísicos con los que reflexionar en torno a una nueva realidad.
Nacido en Teruel, como consecuencia de la Guerra Civil se traslada con su familia a Valencia, donde estudia en la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Allí coincide con importantes figuras de la plástica española, entre las que destacan Juan Genovés (1930-2020), Eusebio Sempere (1923-1985) o Manuel Hernández Mompó (1927-1992). Una breve estancia en Ibiza le acerca a la abstracción europea y en 1956 viaja a París, quedando fascinado por el palpitante ambiente cultural de la ciudad. Allí entra en contacto con las corrientes de vanguardia, interesándose especialmente por el

Término acuñado por el crítico francés Michel Tapié para denominar al movimiento artístico que abarca todas las tendencias abstractas y gestuales que se desarrollaron en Europa a finales de los años cuarenta, en paralelo al

Movimiento pictórico contemporáneo dentro de la abstracción que surgió en los años cuarenta en Estados Unidos y se difundió posteriormente a nivel internacional. Partiendo de las premisas y postulados surrealistas, los artistas expresionistas consideraban el acto de pintar como una actividad espontánea e inconsciente; una acción corporal dinámica en la que se eliminaba cualquier tipo de planificación previa. Las obras enmarcadas dentro de este movimiento se caracterizan por el uso de colores primarios puros y vibrantes, que desprenden una profunda libertad. Entre sus principales impulsores se encuentran Arshile Gorky (1904-1948) o Hans Hoffman (1880-1966). En el panorama español, cabe destacar a Esteban Vicente (1903-2001) y José Guerrero (1914-1991), quienes, gracias a su estancia en Nueva York, estuvieron en contacto con las diversas iniciativas artísticas que se estaban desarrollando allí.
estadounidense. Se caracteriza por la utilización de un lenguaje no figurativo, en el que los materiales desempeñan un papel muy importante. En España, el informalismo alcanzó un enorme auge en la década de los cincuenta; a él se adscribe una generación de artistas cuyos lenguajes se sitúan entre el informalismo europeo y el

Movimiento pictórico contemporáneo dentro de la abstracción que surgió en los años cuarenta en Estados Unidos y se difundió posteriormente a nivel internacional. Partiendo de las premisas y postulados surrealistas, los artistas expresionistas consideraban el acto de pintar como una actividad espontánea e inconsciente; una acción corporal dinámica en la que se eliminaba cualquier tipo de planificación previa. Las obras enmarcadas dentro de este movimiento se caracterizan por el uso de colores primarios puros y vibrantes, que desprenden una profunda libertad. Entre sus principales impulsores se encuentran Arshile Gorky (1904-1948) o Hans Hoffman (1880-1966). En el panorama español, cabe destacar a Esteban Vicente (1903-2001) y José Guerrero (1914-1991), quienes, gracias a su estancia en Nueva York, estuvieron en contacto con las diversas iniciativas artísticas que se estaban desarrollando allí.
americano. Entre ellos se encuentran Antoni Tàpies (1923-2012), Josep Guinovart (1927-2007), August Puig (1929-1999), Antonio Saura (1930-1998), Manolo Millares (1926-1972) y Rafael Canogar (1935).
y su gusto por lo matérico y el color. Comienza a incorporar a su trabajo los principios de este movimiento, que reinterpreta en sus obras de forma muy personal. Esta estancia le permite conocer de primera mano los movimientos contemporáneos y el arte abstracto del momento, experiencia que completa con la lectura de textos fundamentales sobre el arte no figurativo, entre los que destacan
Punto y línea sobre el plano y
De lo espiritual en el arte, de Vasily Kandinsky (1866-1944) y
Teoría del arte moderno, de Paul Klee (1879-1940). Las reflexiones de estos autores sobre la depuración formal del arte influyen de forma significativa en su trabajo posterior.
En 1964, a su regreso a Madrid, inicia una nueva etapa, marcada por los denominados
relieves poéticos. Con estas obras, realizadas mediante el plegado de cartulinas imprimadas al temple, Victoria explora una nueva espacialidad plástica y comienza a indagar en torno al concepto de superposición, que le acompañará el resto de su trayectoria.
A finales de los años sesenta, las cartulinas dan paso a una etapa monocromática, en la que se empiezan a vislumbrar sus futuros cosmos metafísicos. La Colección BBVA conserva dos obras de 1969 que pertenecen a este conjunto de obras monocromas. Se trata de pinturas configuradas a base de capas de tela pegadas sobre el lienzo y cuya característica principal es la gradual disolución de las formas y la progresiva relevancia del círculo. La combinación de los distintos estratos de tela confiere una dimensión al espacio pictórico que abre nuevas posibilidades plásticas y conceptuales. Los perfiles se difuminan, y las formas, suspendidas a lo largo de la superficie de la tela, generan un delicado movimiento que aporta ritmo a la composición. Las obras de este periodo, que parecen emanar luz de su interior, revelan también la herencia luminista de su etapa de formación en Valencia.
A lo largo de su vida, el pintor emprende una incesante búsqueda de una pintura de gran pureza espiritual, que se materializará en sus icónicos universos metafísicos de los años setenta. Esta pieza, en la que se observa la paulatina disolución de las figuras y el creciente protagonismo del círculo, pone de manifiesto que este proceso se había iniciado ya en la década anterior.