Menchu Gal

(Irún, 1919 ─ San Sebastián, 2008)

Puerto de San Sebastián

h. 1970

óleo sobre tablex

50 x 65,5 cm

Nº inv. P01569

Colección BBVA España



La pintura de paisaje es el principal género cultivado por Menchu Gal. Esta temática domina su extensa producción, que, para la fecha de ejecución de esta obra −inicios de los años setenta−, cuenta ya con un notable reconocimiento y un destacado éxito comercial, exponiendo con frecuencia en museos y galerías.

Junto a la representación de Castilla, y a pesar de haber fijado su residencia en Madrid en 1946, encontramos en su trabajo numerosos paisajes del norte, que recogen distintos escenarios con sus cambios de luz y de condiciones meteorológicas. Gal viaja asiduamente a su ciudad natal, manteniendo una vinculación con la
, aglutinada en torno a su primer maestro, Gaspar Montes Iturrioz (1901-1998). Este contacto favorecerá su acercamiento a Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), que además había sido su profesor en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y con ello la transición hacia un estilo con mayor tendencia a la abstracción.

La imagen del puerto, tan recurrente en la pintura vasca, aparecerá reiteradamente en sus cuadros. En esta pieza contemplamos el de San Sebastián, en una representación que cuenta con la factura propia de una artista experimentada, que sintetiza y resuelve composiciones con gran agilidad y rapidez. Siempre que las dimensiones del cuadro lo permiten, Gal realiza sus paisajes in situ, finalizándolos posteriormente en el taller, donde lleva a cabo las modificaciones precisas. Habitualmente emplea un punto de vista frontal (por lo general algo elevado), evitando crear sensación de profundidad y logrando un conjunto muy esquemático que se construye a través de la yuxtaposición de manchas de color.

Esta obra es un claro ejemplo del estilo correspondiente a ese momento, que abre una nueva etapa en la que su producción va desprendiéndose de la rigidez geométrica y la oscuridad anteriores, dando lugar a una práctica más vitalista y rica en texturas y matices. En ella combina zonas donde utiliza el óleo más diluido con otras más empastadas para los objetos a resaltar. Alterna dirección y longitud de la pincelada, reserva el uso de la geometría para los elementos arquitectónicos y selecciona tonalidades rojas, azules y verdes –por lo general predominantes y a menudo aplicadas sin mezcla−, otorgando a la escena una apariencia limpia, luminosa y brillante. A lo largo de esta década, la expresión del color irá cobrando un mayor protagonismo en sus creaciones y ya en los ochenta consolida la calificación de su lenguaje como “expresionismo fauvista”.