Jean-Baptiste Achille Zo

(Bayona, 1826 – Burdeos, 1901)

Vendedor de fruta en Sevilla

h. 1864

óleo sobre lienzo

116,3 x 89,6 cm

Nº inv. P01666

Colección BBVA España



El descubrimiento de la iconografía popular española, muy ligada al concepto de orientalismo por su carácter exótico, fue un acontecimiento de suma importancia para la historia de la pintura decimonónica francesa. Su estética pintoresca, principalmente la del sur del país, suscita un gran entusiasmo entre el público y la crítica, asegurando a su vez una clientela estable. El triunfo de esta temática en el
a partir de 1850 anima a muchos pintores a conocer de primera mano el imaginario visual que ofrecían sus pueblos y costumbres. Dentro de esta línea se encuentra Achille Zo, considerado uno de los pintores hispano-orientalistas más destacados de la segunda mitad del siglo XIX.

Sus estancias en el sur de España son fundamentales para la consolidación de su carrera, ya que, además de adquirir un importante repertorio iconográfico, le permite configurar su estilo. Durante su viaje por Andalucía en 1860 visita Sevilla, Córdoba y Granada, y realiza estudios al natural, que posteriormente utilizará como material principal de sus lienzos. Estas composiciones, fiel reflejo del costumbrismo más anecdótico y tradicional, le garantizaron éxito y prestigio durante toda su carrera.

Tal es el caso de Vendedor de fruta en Sevilla, magnífico ejemplo de su periodo de madurez, caracterizado por el equilibrio compositivo y el rigor técnico. En esta obra vemos cómo Zo ejecuta todos los elementos de manera sumamente meticulosa, desde la disposición de la escena a la ubicación de la firma. Se aprecia su interés por el estudio de la figura y los elementos que la rodean, caracterizados por su gran colorido y luminosidad, muy en consonancia con el cromatismo local. Saca partido a la simplicidad de la escena, creando un conjunto armonioso, con un toque de talante romántico, que se acentúa en la imagen del vendedor andaluz; en el dominio del dibujo y la calidad técnica de esta figura se puede apreciar la influencia de Dominique Ingres (1780-1867). Realizado con trazo firme y seguro, es un claro ejemplo de retrato realista, en el que no solo capta la fisonomía del personaje sino también su carisma y psicología individual.

Este cuadro, expuesto por primera vez en el
de 1864, adquiere popularidad gracias a la reseña que, en su crítica sobre el certamen, le dedica Théophile Gautier; este escritor francés, otro enamorado de España, considera a Zo uno de los pintores que mejor transmite la esencia de nuestro país. En su crónica sobre este mismo salón, el crítico Edmond About llama también la atención sobre la calidad de esta obra, y hace referencia a su número de inventario (1992), cuya etiqueta se conserva en el frontal del marco. Tras su presentación en París, participa en la Exposição Internacional do Porto en 1865, donde es adquirida por el rey Fernando II de Portugal (1816-1885) e instalada en la Sala de Música del
de Lisboa. El monarca compra este lienzo para formar parte de su colección privada, hecho que muestra su fascinación por este tipo de representaciones muy en la línea del posromanticismo más pintoresco.

La etiqueta del marco, que indica el número de inventario del
de 1864, confirma que se trata del original realizado expresamente para esta pieza. Como era habitual en la época, está confeccionado con madera de conífera, posiblemente pino, material muy apreciado por su dureza y calidad, y especialmente indicado para la talla y el dorado, al aportar una estabilidad excelente. Responde a la tipología de
, en cuyo perfil destacan el filo o arista −tallado en forma de tres pequeños escalones con ornamentación−, la entrecalle −con talla de
o media caña− y el canto −decorado con hojas de laurel, bayas, ataduras de cruceta y cordón de ochos dobles en su parte exterior−. Bañado con oro fino de treinta y cuatro kilates, fue ejecutado siguiendo las técnicas de
y
, intercalando oro bruñido y oro mate para otorgarle mayor plasticidad. Cabe destacar que, durante la segunda mitad del siglo XIX, el enmarcado se fue convirtiendo paulatinamente en un procedimiento más mecánico, siendo este un ejemplo único de trabajo manual de suma calidad.