Daniel Tamayo

(Bilbao, 1951)

Aralar

1982

acrílico sobre lienzo

150 x 150 cm

Nº inv. P01855

Colección BBVA España



Inicialmente influenciado por la figuración derivada del
y por el trabajo de artistas contemporáneos como Luis Gordillo (1934), Daniel Tamayo ha desarrollado a lo largo de su carrera un lenguaje absolutamente personal e inimitable, a través del que propone la construcción de una nueva identidad del paisaje vasco posindustrial.

Su trabajo se alimenta de fuentes visuales muy dispares, que van desde recuerdos de su infancia (payasos, dibujos animados y cómics) hasta imágenes tomadas de la vida cotidiana. La combinación de todas estas referencias, que integran su imaginario personal, tiene como resultado un conjunto de obras de gran energía compositiva y cromática, en las que los múltiples elementos dialogan entre sí en un contexto surrealista y fantástico.

En el proceso creativo y de construcción de cada una de las piezas, es fundamental el dibujo como origen de la representación. Tamayo compone cada una de sus obras partiendo de una selección previa de iconografía procedente de diversas fuentes (fotografías, reproducciones digitales, juguetes, escenas de cómics, etc.). Estas imágenes, cuidadosamente ensambladas, son perfiladas a lápiz, configurando el boceto que será posteriormente trasladado a la base del lienzo. Tras esta meticulosa fase, el artista se dispone a aplicar el color: un color vibrante, puro y enérgico, que baña por completo la superficie pictórica.

A partir de los años ochenta, su producción muestra un especial interés por los aspectos tridimensionales y volumétricos de la pintura. Es algo que se pone de manifiesto en esta pieza de la Colección BBVA, en el que, en un escenario rebosante de una naturaleza que asume formas geométricas, el pintor recrea el santuario de San Miguel de Aralar (Navarra). Y lo hace de un modo muy particular: el conjunto arquitectónico se ha reducido a volúmenes, generando un interesante efecto de tridimensionalidad y una sensación de espacialidad que acerca la obra al espectador. Alrededor del templo, coronado por una cruz que revela el carácter sacro de la construcción, y en un ambiente abigarrado, se distinguen algunos personajes, como la figura de Eva cogiendo la manzana, en la parte inferior central. Además, incluye elementos procedentes del mundo de la imaginación, creando un universo fantástico, que parece estar en constante movimiento. La composición recuerda, por sus colores puros y por el aparente desorden, al Jardín de las delicias de El Bosco (h. 1450-1516), cuadro que había causado una gran impresión en su visita al Museo del Prado en 1966.

Aralar es un interesante ejemplo del particular lenguaje plástico de Daniel Tamayo, el cual, a través de una iconografía onírica basada en la acumulación y combinación de componentes de la naturaleza junto a otros nacidos de su imaginación, propone una nueva lectura de la sociedad contemporánea y del paisaje vasco posindustrial.