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https://www.coleccionbbva.com/en/pintura/p01935-mari-puri-herrero-night/
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pintura
27766
27074
https://www.coleccionbbva.com/wp-content/uploads/2022/12/P01935_web-1.jpg
Mari Puri Herrero
(Bilbao, 1942)
La noche
1985
óleo sobre lienzo
102,5 x 164,5 cm
Nº inv. P01935
Colección BBVA España
Mari Puri Herrero aprecia y reimagina el paisaje urbano de Bilbao, la ciudad en la que creció, la actividad industrial de la ría, sus montes y su naturaleza, que siempre asoman al final de las calles. Su pintura parece recoger cielos turbados, épocas del año que tiñen el campo y personajes cuyos contornos se diluyen en las escenas. De la pincelada surge un lenguaje sugerente, que, haciendo referencia a lo cotidiano, hace entrever al mismo tiempo espejismos procedentes de los sueños, para dejar siempre la lectura en manos de la sensibilidad del espectador.
Entre 1985 y 1986 la artista se embarca en una investigación en torno a la representación del día y de la noche. En las obras de este periodo relega la carga simbólica de las figuras humanas para atender a una pintura atmosférica, en la que se sugieren siluetas envueltas en una neblina ambiental. Entre las escenas diurnas y nocturnas logra encontrar luces y sombras comunes, vestigios de otros momentos del día, que la artista explica de este modo: “sentía que la noche tenía algo de la luz del día y en el día también veía sombras que eran de la noche”.
La noche
y
El día
son dos dípticos representativos de esta etapa, presentados en la exposición homónima de 1986 en el Museo de Historia de Durango. Estos cuatro óleos sobre lienzo conformaban las piezas centrales de la muestra, que completaba un conjunto de acuarelas de la misma temática. Las obras estaban acompañadas por el Soneto XLIII de William Shakespeare, un poema que gira en torno a la antítesis y la ausencia y desvela cómo el oscuro brillo del amor perturba la mente hasta hacer que confunda noche y día, oscuridad y destello.
El uso de cuadros dobles no es casual. Como destaca Miguel Zugaza, los dípticos y trípticos de Herrero revisten un indudable carácter espiritual. Aunque en otras ocasiones recurre a parejas de lienzos con la intención de ampliar el campo pictórico, aquí se vale de las connotaciones religiosas de este formato para asociar espacios cotidianos con lugares mágicos o sagrados. En ambos dípticos dialoga una imagen de mayor carga narrativa, cuyas siluetas y perfiles humanos emergen de la neblina para convivir en la escena, con una imagen más abstracta y ambiental.
En el caso de
La noche
, estas figuras de perfiles contorneados parecen conversar. Tras las siluetas pueden verse un plato sobre una mesa y cubiertos sostenidos por unas manos. Sobre el símbolo de la mesa puesta, la artista reflexiona: “me he dado cuenta de que nos sentamos a tomar algo, a trabajar, a reunirnos, a comer, a jugar a cartas... siempre enfrente de una mesa”. El comedor ha sido un tema muy recurrente en su producción desde los años setenta hasta la actualidad, ya se trate de diferentes versiones de un gran espacio que congrega a unos personajes que comparten experiencias mientras esperan a ser servidos por un cocinero, ya de cuadros cuyo protagonista es el plato de comida. La imagen se acompaña de una escena nocturna. Una contemplación detenida permite vislumbrar, entre la penumbra azul, la imponente copa de un árbol. Se percibe la quietud de la noche, en contraposición con la actividad social del lienzo adyacente.
La Colección BBVA cuenta con dos versiones de estos dípticos, siendo los de mayores dimensiones aquellos presentados en la exposición del Museo de Historia de Durango en 1986.
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