Carlos de Haes

(Bruselas, 1826 — Madrid, 1898)

Paisaje

s.f.

óleo sobre lienzo

30 x 41,3 cm

Nº inv. P02468

Colección BBVA España



Belga de nacimiento pero establecido en España desde muy niño, se considera a este artista como uno de los paisajistas más relevantes del siglo XIX, referente en la pintura au plein air inspirada directamente del natural, y cuya brillante producción contribuyó a la renovación del paisaje moderno en España.

Su maestría en la representación de una naturaleza sin artificios, sencilla y real, le sirvieron para ganar una cátedra de paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Haes era un enamorado de la naturaleza, lo que le llevó a realizar multitud de excursiones por la Península a lo largo de toda su vida. Son célebres sus representaciones de las costas del norte así como de las formaciones rocosas de los Picos de Europa, que conoció junto a dos de sus discípulos, Aureliano de Beruete (1845—1912) y José Entrala (1849—1886).

De sus primeras obras, que él mismo criticó con el paso de los años, emanan una cierta dureza y rigidez, propia de la inexperiencia del artista. Sin embargo, la evolución paulatina de su estilo, derivada de la contemplación del natural, le permitió aumentar su pericia y dotar de una mayor espacialidad y soltura a sus composiciones.

Este Paisaje, que hace pareja con Robles, también en la Colección BBVA, es otro magnífico ejemplo del realismo de sus obras y del alarde técnico del que presumen. Resuelve con gran acierto los claroscuros, las sombras producidas por las formaciones rocosas del primer término. Se sirve de colores rojizos y terrosos para captar de forma más realista la incidencia de la luz, en contraste con la paleta de verdes, más o menos brillantes en función de la cercanía y la claridad. Al fondo, en el punto de fuga de esta composición representada en plena naturaleza, se atisba una pequeña e idílica cabaña que emerge entre la vegetación acentuando el carácter bucólico de la pintura.

El colorido de ambas obras es muy similar, de tonos bastante terrosos. Su pincelada es muy suelta, casi abocetada, mientras que el tratamiento de la luz es mucho más clásico.