Referentes femeninos en la Colección BBVA: Marta Cárdenas


Marta Cárdenas nace en San Sebastián en 1944. Fascinada por la pintura y el dibujo desde muy temprana edad, en la década de los sesenta estudia en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, trasladándose posteriormente a París. A lo largo de su trayectoria su trabajo evoluciona desde un lenguaje figurativo de gran intimismo hacia una abstracción expresiva, fruto de su encuentro directo con la naturaleza. Las obras de los años ochenta y principios de los noventa son deudoras de la cultura oriental y muestran un gran interés por el gesto caligráfico.

Su pintura se transforma por completo en 1996, cuando un viaje a la India le descubre un nuevo
de posibilidades formales y cromáticas. Modifica entonces su método: primero elige una forma que, de algún modo, llama su atención; después realiza, a partir de ella, múltiples variaciones; finalmente, y tras un minucioso análisis, surge la composición final. Testigos de este proceso, de sus obras y de sus experiencias, son los más de trescientos cuadernos de apuntes que ha ido completando a lo largo de su carrera.

Esta artista consagrada, que ha formado parte de importantes muestras tanto colectivas como individuales, desvela en estas páginas interesantes anécdotas de su vida y su trabajo artístico. Las respuestas que proporciona, escritas a modo de diario, evidencian su fascinación por y su talento para la escritura.

Pregunta: Tu encuentro con la pintura se produce a los 13 años ¿Cómo descubres que quieres dedicarte a la creación artística?

Respuesta: Sin amigas, rara, la más pequeña y bajita, me sentía el patito feo de mi clase. Y en el cole: rígidas monjas de 8 a 8. A los trece años, sin avisar, un descubrimiento cambió mi vida. De la noche a la mañana me sentí artista. Por mi cuenta, pinté a cántaros y escribí con no menos entusiasmo.

Entré en la Asociación Artística y dibujé con Jesús Gallego, el mejor profesor imaginable. Y por fin acabé estudiando Bellas Artes: había una carrera para pintar pero ninguna para escribir. Ahora me alegro: adoro mi profesión. Por otro lado nada me impide contar en mis cuadernos cuanto quiera, como atestiguan los trescientos y pico que mi diario va ocupando. Me envicié desde el principio: a lo largo de mi vida rara vez he salido sin barras, plumas, lápices de colores y alguna libreta.

Vivíamos en San Sebastián; como en Bilbao por entonces no había Escuela, estudié en Madrid, alojándome en casa de mi abuela. Una insoportable seguridad en mí misma, quizás hoy apaciguada, me llevó desde muy pronto a corretear por nuestros medios y conocer a todo quisque. A los dieciocho, en San Sebastián, escribí a Eduardo Chillida, que me adoptó un poco: frecuentamos nuestros estudios, siempre con Rafael Ruiz Balerdi. Después, Rafa, hibernando como yo en Madrid, me presentó a Oteiza que potenció mi fiebre a cien, disparándome hacia el universo (...). Lo que más me gustaba era la abstracción. Tras intentarla, sin convicción ni resultados –yo sólo me concentraba ante el natural- opté por buscarla, o mejor dicho descubrirla, en mi entorno: los rincones de las casas me la ofrecían, tentadores, a manos llenas.

Me llamaban sin que yo los buscara. ¿Qué más daba si el origen de esos dibujos era o no abstracto? ¿era tan importante que representaran o no temas reconocibles? Siempre podía valorarlos volteándolos boca abajo, y, en su ejecución, lo hacía a menudo. En el 69, terminada la carrera, el gobierno francés me becó para 6 meses en París, que, con trabajillos, yo prolongaría cuatro más. Fue un antes y un después en mi vida.

P. ¿Qué hay de tus trabajos previos, antes de ese encuentro con la abstracción?

R. En Madrid, en la Escuela de Bellas Artes, triunfaban los grises: apreciándolos, yo los sentía como de persona profunda y reflexiva. Eran serios, profesionales, adultos… Los imaginaba como un estilo que me iba a distinguir.

Invierno o verano, en el norte, yo pintaba en el húmedo caserón veraniego de mi familia. Me gustaban sus silenciosos interiores, que yo iluminaba con pocos vatios para aumentar lo misterioso del ambiente. Parece que en mi primera exposición individual -galería HUTS, San Sebastián, hacia 1970- mis grises tuvieron una buena acogida por parte de los jóvenes colegas que yo admiraba: los hermanos Chillida, Ameztoy o Zuriarrain, con los que formé grupo y expondría en Bilbao y Durango.

P. En 1980, estas escenas se van abriendo al exterior y comienzas a pintar al aire libre paisajes abstractos llenos de luz ¿Cómo acontece esta metamorfosis?

R. En 1979 vivíamos junto a Alpedrete. En junio me habían operado y yo tenía que andar. Lucía el sol. Un martes, a dos pasos de casa, me salen al encuentro las chispas doradas de un revoltijo vegetal. Vuelvo al sitio, al pie de una encina, con bloc y pasteles. Y, para el viernes, con carro, caballete plegable, caja de óleos y tablitas imprimadas. ¡La luz y el color me habían atrapado a pocos metros de mi casa!
Marta Cárdenas - Prado y bosque (otoño) I - 1987
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Marta Cárdenas - Río (invierno) - 1987
1987